Ésta es quizá una de las rutas
más sencillas que se puede hacer por la zona baja de la sierra de Guadarrama.
Poco desnivel, una distancia aceptable, y un poco de todo para los amantes de
la variedad: mucha pista, algunas rampas complicadas, algo de callejeo y una
trialera final para acabar con buen sabor de boca. Se dice que en la variedad
está el gusto, y así debe ser, porque tal y como nos está sucediendo de unos
meses a esta parte, la convocatoria de compañeros excedió los 20 participantes,
23 para ser exactos.
Lo que sí que soy incapaz es de
hacer una lista de participantes y en esta ocasión lo voy a omitir ya que es
tal la cantidad de compañeros nuevos de los que no conozco ni el nombre, que
por no dejarles fuera de la lista, mejor no la hago.
Sólo decir que eran las 8:45
cuando los vicalvareños llegábamos al punto de quedada, un pequeño aparcamiento
en la calle del Maestro de la localidad de Alpedrete. Cuando nosotros llegamos
ya había una gran cantidad de compañeros preparándose para la ruta y sobre todo
abrigándose. El frío era bastante intenso, y aunque en el termómetro de la
calle aparecían 2º positivos, alguno comentó que la temperatura real no era
esa, sino -2º C negativos, es lo que tiene el invierno.
Cuando todos estuvimos preparados
para empezar, subimos a nuestras bicis, y a ritmo lento abandonábamos el
parking camino de nuestro primer objetivo: Los Molinos. El ritmo al principio
fue lento, quizá algo cansino, y es que calentar los músculos con el frío que
hacía no era tarea fácil, aunque este ritmo lento nos estaba viniendo muy bien
para charlar y bromear aunque hubo alguno que echó de menos los chascarrillos
manchegos de nuestro particular Jose Mota de Velilla.
La salida de Alpedrete la hicimos
callejeando y pisteando por las urbanizaciones exteriores al pueblo. Pista en
buen estado pero con multitud de charcos formados con las últimas lluvias y
nieves que afortunadamente no dejan de caer en las últimas semanas por esta
parte de la sierra. Y ojalá que no pare, que como hemos visto en otras rutas
durante el invierno, falta hace para que los campos resurjan y los embalses se
vayan llenando poquito a poco. De momento ya se nota el verdor en los campos y
la abundancia de agua por todas partes presagia, de seguir así, una primavera
fantástica.
A los pocos kilómetros de
Alpedrete la pista, que en este punto toma el nombre de “Camino de los
Labajos”, gracias al arroyo que lo atraviesa, se introduce en el campo. Los
charcos son más abundantes e incluso se ven lagunas a un lado y otro de la
valla que separa al pista de los campos. Una de esas lagunas tiene, por lo
visto, su propio nombre: Laguna de los Labajos, y está formado por el arroyo
que antes nombraba.
El arroyo estaba desbordado, y el
ritmo lento y relajado que llevábamos se interrumpía en ocasiones para que, a
fila de a uno, cruzáramos los grandes charcos, unos montados en las bicis a
riesgo de empaparnos, y otros buscando pasos por encima de las piedras por
miedo a hundirse en el agua.
Así, poco a poco y sin prisa,
llegamos a las inmediaciones de Guadarrama, pueblo por el que no pasaríamos,
sino que rodearíamos en busca de la pista que nos llevara hacia Los Molinos.
Atravesando urbanizaciones por su parte exterior, pequeños caminos, y pasando
puentes sobre los arroyos y ríos, el más notable de ellos el puente sobre el
río Guadarrama, enfilamos el camino a Los Molinos notando como el terreno se
empezaba a empinar. La verdad es que la inclinación no era ni mucho menos
incómoda, pero sabíamos que poco a poco aquello iba a cambiar y que la cosa se
iba a poner un poco dura en unos pocos kilómetros.
El grupo, hasta el cruce del río
se mantenía más o menos compacto, pero fue nada más atravesarlo que algunos
empezaron a darle duro a las bielas y separarse algo de los más rezagados. Y es
que basta que el terreno se incline para que comience la selección natural.
Algo que no nos abandonó en
ningún momento fue el paisaje. La sierra totalmente cubierta de nieve y el
cielo despejado de nubes eran la postal perfecta para nuestras fotos. La Bola
del Mundo se veía como cubierta por una alfombra blanca y lisa, y al fondo, el
Montón de Trigo, con su característica forma de cono, resaltaba entre las demás
cumbres por verse totalmente cubierto de nieve.
Fue salir de las proximidades de
Guadarrama, quizá por salir a campo más abierto y más cercano a la sierra, que
empezó a soplar un desagradable viento de cara que hacía que no sólo costara
más pedalear, sino que además hacía que la sensación térmica bajara unos
cuantos grados la temperatura real. Menos mal que ahora tocaba subir y el frío
lo íbamos a calmar con la calorcito que dan las rampitas.
Según nos acercábamos a Los
Molinos el grupo se estiraba aún más, y es que el terreno ya tenía una
inclinación suficiente como para que los más fuertes se fueran despegando. Aun
así, la reagrupación en la cancela en la que dejamos la vía pecuaria por la que
veníamos rodando desde Guadarrama para coger el “camino del Álamo” en dirección
a Los Molinos hizo que la bajada “off road” que nos marcamos casi todos, la
hiciéramos muy cerca unos de otros. La verdad es que salirse del camino es
muchas veces un tanto arriesgado ya que no sabes muy bien qué es lo que te vas
a encontrar. En nuestro caso se trataba de una pequeña “escapadita” por el campo
próximo a la pista de los Álamos y que lo único que nos trajo fue pisar mucha
agua y barro.
Una nueva reagrupación justo
después de la primera “rampita” a la llegada a la primera urbanización de Los
Molinos y enseguida, con aliento renovado, encarar la primera de las tres
“rampitas” que nos esperaban por delante.
La primera de ellas, de
aproximadamente 700 metros de longitud con una pendiente media de más del 7%
rodea la valla de la urbanización a la que llegamos anteriormente. En ésta los
más fuertes tiraron sin compasión y nos dejaron atrás a muchos de nosotros, que
con más voluntad que fuerza, conseguimos coronar y esperar a los demás en un
cruce de pistas desde el que se asomaba el siguiente tramo de subida.
El segundo tramo de subida, más
técnico y complicado que el anterior tiene algo menos de 500 metros pero con
una pendiente más elevada, cercana a los 8,5% de media, y salpicado de raíces y
pequeños pasos que la hacen aún más complicada.
La salida de esta rampa desemboca
en las calles de una urbanización donde los más fuertes estaban esperando a que
llegáramos los demás.
Justo este lugar de reagrupación
es el punto de salida de alguna que otra de nuestras rutas, por lo que la
rampita que nos esperaba es bien conocida.
Sin terminar de esperar a los más
retrasados por miedo a quedarnos congelados con el viento y el frío que venían
a cuchillo bajando la pista de la Molinera (jejeje), tomamos el camino
asfaltado que pasa por debajo de las vías del tren y que en un rampón de cerca
del 12% pero con tan sólo 150 metros de longitud, nos llevaría a la parte más
alta de la ruta y nos dejaría en la entrada del camino que nos conduce
directamente a la localidad de Cercedilla.
A partir de aquí, salvo alguna
rampita, todo lo que nos queda es bajar, y además, bajar de lo lindo. Una vez
reagrupados, y con la advertencia de que en el camino hasta Cercedilla
podríamos encontrar places de hielo, enfilamos el “Camino del Faro”, una
especie de medio sendero, medio trialera con algún que otro paso curioso y
algún pequeño escalón que nos deja justo en las calles de Cercedilla y que pasa
justo por al lado del Puricelli que, obviamente, no cogemos.
Nada más entrar a Cercedilla y
justo al lado de la estación, procedemos a nuestro momento “bocata”, y al cabo
de un rato de mover la mandíbula y no sólo comiendo, decidimos ir en busca de
la divertida bajadita de la Ermita. Son pocos los metros que separan la
estación de la Ermita, y afortunadamente todos cuesta abajo. Jesús y yo nos
adelantamos al resto para ir cogiendo posición, y al rato, según iban llegando
todos, ambos disparábamos nuestras cámaras para retratar a todos
convenientemente. Es la primera vez desde que paso por aquí (y ya van unas
cuantas), que nadie, absolutamente nadie lo baja a pié, incluso hubo alguno que
la bajó dos veces para salir bien en la foto.
La salida de Cercedilla la
hacemos casi siempre por el mismo sitio, tomando una calle por la urbanización
y cogiendo un bonito sendero entre robles que evita que rodemos todo el tiempo
por asfalto. El senderito, a fila de a uno, lo pasamos sin complicaciones, y
volviendo a la urbanización, nos lanzamos pista abajo hasta encontrarnos con el
cauce del río Guadarrama que baja hasta los topes, a la altura de nuevo de Los
Molinos, pero ahora por su parte sur.
Tras salir del casco urbano,
tomamos rumbo, por la zona del matadero
hacia la urbanización “La Serranilla”. En este punto ya íbamos de nuevo
todos en fila de a uno, cada cual a su ritmo ya que atravesar los senderos de
La Serranilla, con sus dos primeros escalones y con algunas de las zonas con
una cierta inclinación, aparte de que el sendero es bastante estrecho, no
permite que lo pasemos de otra manera.
El paso por el sendero es rápido
y se disfruta mucho, los requiebros, los taludes y algún que otro giro que a
veces puede resultar inesperado, le dan un toque que mola y que siempre que
pasamos por aquí hace que acabamos con una sonrisita en la cara.
Justo al acabar los senderos se
produjo el único incidente de la jornada, Efrén, nuestro diabólico bicivolador
pinchó la rueda trasera de su 29er que tuvo que reparar entre risas y cierto
cachondeo. Una vez reparada la rueda, aprovechamos el parón para hacer la foto
de grupo y continuar nuestro camino hacia la entrada de Collado Mediano por la
vía pecuaria que por decirlo de una forma amable, estaba bastante mojada. Y es
que los charcos y los arroyos se multiplicaban, los vadeos y los pies mojados,
también.
El trayecto de la vía pecuaria
termina en la glorieta de entrada de Collado Mediano a la altura de sus
urbanizaciones. Tras una corta reagrupación, nos dispusimos a continuar por la
pista que nos lleva al puente que atraviesa las vías del tren de cercanías por
una cuesta, que no tiene ninguna dificultad ni técnica ni física, no sé por
qué, pero se nos atraganta siempre un poco. Quizá sea porque venimos a buen
ritmo, bajando desde hace bastantes kilómetros, y cualquier rampita nos
molesta.
Mientras atravesábamos el puente
nos damos cuenta de que sólo nos queda bajar la trialera de Alpedrete, y
también nos damos cuenta de que una especia de concurso o competición de trial
podría fastidiarnos la bajada. En ese momento pienso que si las motos están en
nuestro camino, nos van a fastidiar la bajada, pero afortunadamente, según nos
acercábamos a la zona en la que estaban compitiendo, lo único molesto fue el
olor de la gasolina, porque estaban en una zona que no correspondía con nuestra
ruta.
Casi en fila de a uno enfilamos
la bajada de la trialera. Unos con más pericia y otros con más conocimiento
fuimos negociando todos y cada uno de los pasos y escalones que las piedras y
las rocas forman en la bajada. Al principio el paso es más complicado ya que
hay un par de escalones que si lo piensas o vienes despacio, te fuerzan a que
pongas el pié a tierra. Afortunadamente ése no fue mi caso ya que la rueda de
Efrén me iba marcando la trazada perfectamente…hasta que le perdí de vista. Al
cabo de un cierto tiempo de nuevo le vuelvo a ver: había reventado de nuevo la
rueda trasera de su bici y no le quedaba más remedio que terminar de bajar la trialera
andando…una lástima por él, la verdad, porque los demás acabamos disfrutando la
bajada de lo lindo. Y es que no hay nada mejor para bajar que conocer el sitio
por el que bajas.
La trialera termina en las
urbanizaciones de Alpedrete. De aquí a los coches sólo nos quedaba callejear un
par de kilómetros. Efrén andando y el resto montados llegamos por fin al punto
de inicio de la ruta.
La hora un poco tardía (eran las
13:15), hizo que algunos tuviéramos que salir disparados hacia casa, pero me
consta que más de uno y más de dos tuvieron su correspondiente opcional y creo
que a base de unas buenas migas.
Así pues, una mañana muy
divertida, con un grupo bastante numeroso de compañeros, unas vistas magníficas
de la sierra nevada, bastante frío, y sobre todo mucha diversión…para no
variar.
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