Habíamos pensado que para la
primera ruta del año nada más adecuado que una ruta sencilla, con una cantidad
justa de kilómetros, sin ningún tipo de dificultad técnica y con la única
dificultad física que la del lastre de los polvorones ingeridos en los sube-baja
de las pistas del Canal de Isabel II. Además, como hacía tiempo que no íbamos
por la zona de Patones (yo en concreto
no había estado nunca en bici), se decidió ir a rodar por esa zona.
Así pues, y tras la festividad de
Reyes, decidimos que lo más apropiado sería cambiar la ruta de nuestro día
habitual, el domingo, al lunes, aprovechando que es festivo y así, los que
tenemos peques podríamos asistir sin ningún problema. Con esta premisa, a las
9:00 de la mañana del lunes 7 de enero de 2013, nos presentamos en el
aparcamiento del Pontón de la Oliva 16 amiguetes todos dispuestos a pasar una
muy buena mañana. Para que no se olvide ninguno, los asistentes fuimos: Javi
(Marek), Jesús (Terminal), Nacho (Gorcam), Pachi, Pablo, Ángel (Arrojo), Javi
(Javi_Apf), Javi (Javichu), Javi (Jablan), Jesús (Agila), Rodrigo (Glabre),
Alberto (Peke), Jose (El_Negro), Paco (Amigo de Peke), Fernando (Ciclo) y yo,
JuanCar.
La primera sensación nada más
bajar del coche fue bastante terrible: hacía un frío brutal. Parece ser que los
termómetros de los coches marcaban 5 grados bajo cero, y el aspecto del campo
era de invierno cerrado e intenso. La escarcha parecía nieve, y la intensa
niebla hacía que no se viera 50 metros más allá. Así que, es estas condiciones,
nos pertrechamos con toda la ropa de abrigo que llevábamos e incluso así, más
de uno pasó una mañana de perros con el frío tan intenso que hacía.
En un primer momento parecía que
la niebla nos iba a dar una tregua, el sol se asomaba tímidamente entre las
nubes en el amanecer y justo a nuestra altura, a esa hora tan temprana, el
cielo se veía despejado. Eso sí, en menos de media hora el sol se escondió
entre las nubes que bajaron precipitadamente hasta el suelo, y la niebla cayó
sobre nosotros sin darnos la mínima tregua en toda la mañana.
A las 9:10 salimos en fila de a
uno del aparcamiento. Quien más y quien menos llevaba algo congelado. Algunos
se quejaban, con razón, de que el cambio no les respondía porque los cables
estaban congelados, otros que las manos las llevaban totalmente congeladas, y
la mayoría que los pies eran como témpanos de hielo. En estas condiciones
recorrimos la distancia que va desde el aparcamiento del Pontón hasta Patones
(de Abajo) pedaleando por encima de la mismísima conducción del Canal con la
única dificultad técnica que la de ir sorteando los diferentes registros, y
saltando el par de vallas que hay instaladas en un par de casetas de registro
del Canal.
En un santiamén habíamos
recorrido ya los escasos 4 kilómetros que nos separaban de Patones y tras una
pequeña reagrupación enfilamos la primera dificultad del día: ascender hasta la
entrada del pueblo de Patones de Arriba por el camino (con escalones) del lado
derecho de la garganta que le da acceso. Quizá podíamos haber subido por
carretera, pero en ese momento ni nadie lo planteó ni era la idea, y un rato de
empujabike no venía nada mal para entrar en calor y eso sí, cargar un poquito
los gemelos. Una vez arriba yo ya no oí a nadie quejarse del frío salvo del
frío en los pies que más de uno sí que llevaba.
Tras nuestro recorrido por las
“gargantas entubadas”, iniciamos un rápido descenso para ir a buscar el límite
provincial de la Comunidad de Madrid con la provincia de Guadalajara. Sin
atravesar el límite, marcado por el cauce del río Lozoya, seguimos descendiendo
por un entorno (no digo paisaje porque paisaje no vimos), en el que la mezcla
de la piedra de pizarra con algún que otro pino que se adivinaba cerca de
nosotros, nos hizo decidir que esta ruta hay que repetirla con una mejor
visibilidad.
El descenso por la pista con
charcos helados, con la tierra congelada y el suelo a nuestro alrededor
cubierto de escarcha, nos llevó a la ribera del río Lozoya. La reagrupación la
hicimos en un paraje muy singular. A nuestra izquierda la roca empapada y con
las raíces de muchos árboles a la vista todo cubierto de un musgo cuyo verdor
daba un toque a bosque invernal precioso; a nuestra derecha una pradera
cubierta de árboles en la que pastaba un toro tan enorme que parecía un
bisonte; al fondo el ruido del agua del río, y delante y detrás de nosotros una
espesa y húmeda niebla que nos volvió a recordar el frío que habíamos pasado en
el descenso hasta allí.
Desde aquí, y por espacio de unos
4 o 5 kilómetros estuvimos pedaleando en un paraje precioso como el descrito
antes. Una pista llana y ancha sin ningún tipo de dificultad que alimentó las
ganas de charla y tertulia sin dejar de disfrutar del entorno que nos rodeaba.
En este punto el río queda represado un par de veces. La primera a nuestra
vista, una presilla ancha y poco profunda en al que se podía observar la
claridad de las aguas y nos hizo pensar en cómo debía ser un bañito allí en
pleno verano. La segunda es la presa de la Parra, un lugar muy bonito en el que
la presa se atraviesa por un puente que a los que tenemos algo de vértigo nos
produjo una cierta aprensión, sobre todo por notar cómo se movían las losetas
de hormigón a nuestro paso. Tras disfrutar de un rato de charla, del momento
barrita y de hacer la foto de grupo, continuamos nuestro camino con las miras
en llegar a nuestro siguiente objetivo: Alpedrete de la Sierra.
La pista desde la Presa de la
Parra hasta Alpedrete de la Sierra es una subida de unos 3 kilómetros con un
desnivel prácticamente constante entre un 7 y un 10% y que a ritmo y con
paciencia se sube sin ningún tipo de problema. Sólo algún compañero que iba
francamente machacado por la inactividad y alguno que otro que aún no había
entrado del todo en calor lo pasaron algo peor; el resto llegamos al descenso
siguiente bastante frescos y no sólo por el tiempo atmosférico.
La bajada desde este pequeño
collado se hace rápida y fácil; hasta 54 km/h marcó mi GPS en ella. Lo malo de
dicha bajada es que inmediatamente después le sigue una nueva subida hacia el
pueblo de Alpedrete de la Sierra. La niebla no nos dejó ver mucho del pueblo
salvo su calle principal. El frío y la humedad parecía que había dejado el
pueblo deshabitado; tan sólo un paisano parado de pie en la puerta de su casa
acertó a recordarnos lo locos que podemos llegar a estar: “…hace falta tener
moral para salir hoy…”, fueron sus palabras exactas. Lo que no oyó fue como
Jesús le decía que si sacaba unas chuletitas para hacerlas en la lumbre que
tenía al lado nos quedábamos allí con él…bueno, no lo oyó o no quiso oírlo…
La salida del pueblo se hace ya,
de nuevo, por la pista de Canal. Una subida con poco desnivel y muy tendida nos
lleva sin remedio a los continuos sube-baja característicos de estas pistas. De
nuevo la niebla nos imposibilitó disfrutar de las vistas que se adivinaban, y
es que allí abajo se escuchaba el agua del Lozoya que iba camino del Pontón de
la Oliva, serpenteando de la misma manera que serpentea la pista del canal unos
metros más arriba.
La llegada al Pontón de la Oliva
es muy divertida. De repente se terminan los sube-baja, siendo el tramo final
una bajada muy divertida con sus baches y sus curvas cerradas en las que más de
uno estuvo apuntito de acabar perdido en la niebla. En el Pontón de la Oliva
visita turística de la presa, del paso con las argollas en las que se ataba a
los presos que construyeron todo aquello y comentarios acerca lo locos que
estaban algunos al estar escalando las paredes de las laderas cercanas al
Pontón.
Eran las 13:30 cuando llegábamos
de nuevo a los coches. Fríos, con la sensación de no haber podido disfrutar al
100% de la ruta por culpa de la niebla, pero como siempre habiendo pasado una
magnífica mañana, esta vez de lunes, en compañía de los colegas de pedales.
Una cosa está clara, esta ruta
hay que repetirla sí o sí para poder admirar los paisajes que la niebla nos
negó.
Fotos de JesusFotos de JuanCar
1 comentarios:
Sólo te falta sonorizar las crónicas :)
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