Desde el día de la ruta, y a ratos, me meto en internet para buscar cuántas chorreras hay en la Comunidad de Madrid y su localización. Y todo porque la ruta del domingo me ha impresionado tanto que me encantaría poder llegar en bici a visitar alguna más.
Buceando por internet he
visto que las chorreras o cascadas más populares de la Comunidad de Madrid son
cinco, cuatro de las cuales se encuentran en el valle del río Lozoya…¿por qué
será?. Por empezar por alguna, empezaremos por la única que no está en el valle
aunque sí en sus cercanías, se trata de la chorrera de los Litueros y de la que
Javi tanto me ha hablado. Está localizada a los pies de la tan bien conocida
por nosotros Peña Cebollera o Pico de las Tres Provincias, en el Puerto de
Somosierra y que es exactamente el nacimiento del río Duratón, sí, ese que más
adelante forma las hoces.
Las otras tres chorreras,
aparte de la de San Mamés, son las de Rovellanos, a poca distancia del pueblo
de Canencia, en lo alto del puerto, y cerca de él, la cascada de Mojonavalle a
la que se accede desde la senda ecológica de Canencia y las cascadas del
Purgatorio, cerca de las Presillas, en el término municipal de Rascafría.
No digo que éstas sean las
únicas chorreras de la Comunidad de Madrid, ya que me consta que en la zona de
la Pedriza hay alguna más, pero sí que son las más populares al menos en cuanto
a la facilidad de localizarlas por Internet.
Para el final, y a
propósito, me he dejado la Chorrera de San Mamés. ¿No habéis tenido nunca
curiosidad de saber de dónde viene lo de Mamés?. Yo sí, pero es bien fácil.
Parece ser que es el nombre de un santo de la antigua Turquía que nació
prisionero de los romanos ya que sus padres eran cristianos perseguidos:
Teodoro y Rufina (os juro por lo que más queráis que eran justo los nombres de
mis bisabuelos paternos…lo he flipado). Mamés significa en latín “el que fue
amamantado”, y salvo la historia propia de un mártir cristiano, poca historia
más tiene, aparte de ser también el ya casi derribado estadio del Atletic de
Bilbao.
Empezando con lo que nos
ocupa, hace ya un año (parece que exacto), Javi, alentado por Amador, diseñó
una ruta que primero investigó a pie, de forma que, saliendo desde Lozoya y
atravesando varios pueblecitos con encanto, se llegara a la Chorrera de San
Mamés no sin antes haber sufrido de lo lindo para llegar hasta la senda por la
que tiene su entrada. Y tras verla, sufrir aún más para ganar altura antes de
dejarse caer de nuevo hacia Lozoya.
Ya en aquel entonces, al
leer la crónica de Javi (y que podéis leer aquí: http://sinpedrolosmejor.blogspot.com.es/2012/06/chorrera-de-san-mames.html),
me arrepentí de no haberles acompañado, ya que la ruta tuvo toda la pinta de
haber sido de esas épicas que no hay que perderse. Así pues, cuando este año
dijimos de hacerla, me prometí que no me la perdería por nada del mundo.
Hay pocas diferencias entre
lo que sucedió aquel mes de junio del año 2012 y el transcurrir de la ruta de
este año, pero la más significativa ha sido la meteorología. Y es que aún no
damos crédito cómo puede ser posible que a cuarenta de Mayo, es decir, 9 de
Junio como todo el mundo sabe, y el día oficial para quitarse la ropa de
abrigo, aún tenemos que acudir a la ruta tiritando de frío, con ropa de
invierno y pertrechados de chubasqueros para no empaparnos con la lluvia que
sin duda nos iba a caer en el transcurso de la mañana. De hecho, alguno hubo
que al llegar al punto de quedada se dio media vuelta al ver como caía agua. Es
más, incluso desde el primer momento en que nos bajamos de los coches,
estuvimos debatiendo si hacer la ruta o no.
Creo que ya va siendo hora
de nombrar a los asistentes a ésta épica y magnífica ruta: Javi (Marek), Jesús
(Terminal), Pablo, Amador (Cronos), Pachi, Javi (Javi Carva), Javi (Jablan),
Jesús (Agila), Antonio, Jose (Ballesteros), Roberto, y un servidor, JuanCar. Doce
valientes, porque hay que ser valiente para acudir a la cita con la previsión
del tiempo que había, dispuestos a ver la chorrera sí o sí y que a la hora
acordada, e incluso antes, ya estaban en el punto de partida prestos a entrar
en calor dando pedales…y falta hacía, porque el frío era tan intenso como en un
día de diciembre, de forma que más que primavera parecía como si estuviésemos
en un otoño avanzado, casi en invierno…y es que mira que se oyen comentarios de
que este va a ser un año sin verano, pero lo que está claro es que ha sido un
año prácticamente sin primavera.
A las 8:45, antes que nunca,
estábamos ya subidos todos en las bicis camino de superar la ruta de hoy. Tras
valorar las inclemencias del tiempo, decidimos que lo más coherente sería
llegar, como mínimo hasta la chorrera, y una vez allí, decidir si hacíamos la
ruta completa, nos dábamos la vuelta por donde habíamos venido, o bien hacer
alguna variante por la zona en plan I+D. Así pues, y con esta premisa, nos dispusimos
a enfrentar las primeras rampas del día, esas que nos llevan al collado que da
acceso a la localidad de Navarredonda por el camino de Lozoya.
Afortunadamente el viento
nos soplaba por la espalda, y las nubes, negras como el sobaco de un grillo,
parecía que permanecían en lo alto de las montañas sin apenas descargar agua,
solamente un ligero txirimiri que ni siquiera hizo que en ese momento nos
planteáramos sacar el chubasquero.
Lo bonito de empezar a subir
las laderas de las montañas en el valle del Lozoya es lo rápidamente que se
gana altura, y ganar altura supone empezar a disfrutar de unas magníficas
vistas. Como la que pudimos observar según salíamos de Lozoya, mirando hacia
atrás, del embalse de Pinilla. Tampoco se queda atrás el estado del campo; los
miles de tonos diferentes de verde, y el morado y amarillo de las flores son de
las pocas cosas que nos hacen recordar que estamos en primavera, eso, y el
verdor de las hojas de los robles melojos en cuyos bosques estábamos empezando
a entrar.
En más de una ocasión tuve
la impresión de no estar pedaleando por Madrid. Se me venía a la cabeza los
paisajes del norte de España, e incluso del centro de Europa. Y no fui el
único, creo que todos tuvimos exactamente la misma sensación.
En cuanto a cómo íbamos en
la ruta, por delante los de siempre, a su ritmo. Por el medio unos cuantos más
disfrutando a su manera y por detrás un grupete de unos cinco o seis entre los
que me encontraba, pensando en que lo más inteligente era economizar al máximo
las fuerzas disponibles. La ruta es una buena piedra de toque para lo que nos
encontraremos la semana que viene, y yo, personalmente estaba preparando una
estrategia: ir lo más descansado posible para ver cómo respondía mi cuerpo en
una ruta con cerca de 32 kilómetros pero con más de 1000 de acumulado.
Así pues, poco a poco fuimos
recorriendo la subida del camino de Lozoya a Navarredonda, que si bien no es
dura, se hace pesadita por pillar las piernas frías, y más en un día como el
que estaba haciendo.
Desde el alto del collado,
el camino se convierte en una bajada tendida, casi recta, con buen firme pero
con alguna zona de piedrecilla suelta que hace que haya que ir con especial
precaución, y que nos deja directamente en la plaza del pueblo de Navarredonda.
Un pueblecito encantador, muy limpio y con sus casas bien reconstruidas y
enclavado en un entorno espectacular, entre un bosque de robles, que como bien
fotografió Jesús, formaba parte de la subsistencia antigua de esta zona: la
carbonería.
En la reagrupación que hicimos
en el pueblo, casi todos sacaron sus chubasqueros, y es que la lluvia, por
momentos, arreciaba y ninguno queríamos empaparnos. Algunos tardamos más en
ponernos el chubasquero, pero otros no tuvieron esa oportunidad: se lo dejaron
en el coche, ¿verdad Antonio?. Por cierto, en Navarredonda se produjo lo que
dos días después fue la nota graciosa de la jornada. Un paisano que se dirigía
vaya usted a saber dónde, iba pertrechado con un paraguas enorme y una guadaña
casi más grande que él, y acompañado por un perro más viejecito que la orilla
del mar…todos nos fijamos, todos lo comentamos, y dos días después, Antonio nos
informaba que es el padre de un compañera suya…casualidades de la vida…
En fin, que tras ponernos en
marcha de nuevo, abandonamos el pueblo de Navarredonda por la carretera M-974 y
posteriormente por la M-635 que nos deja directamente en el pueblecito de San
Mamés. San Mamés no tiene ayuntamiento propio, su edificio consistorial no es
más que una tenencia de alcaldía del ayuntamiento de Navarredonda del cual
depende administrativamente. San Mamés es un pueblito pequeño, con cerca de 50
habitantes censados, limpio y muy cuidado y al igual que Navarredonda,
enclavado en un entorno privilegiado entre bosques de robles. Lo más destacado
de San Mamés, aparte de dar nombre a la chorrera, es la Iglesia parroquial que
se sitúa a la salida del pueblo y justo enfrente del desvío hacia la chorrera.
Y es que esta pequeña iglesia, perfectamente reconstruida, fue el escenario de
la coronación como reina de Castilla de Doña Juana La Loca, hija de los Reyes
Católicos.
Pero aparte de la Iglesia y
de la chorrera, también la quesería del Santo Mamés, en el camino de la
chorrera es uno de los atractivos del pueblecito; eso sí, son quesos de cabra,
que no le gustan a todo el mundo (al menos a mí, no).
Una vez hecha la foto de
grupo en el ábside de la iglesia, nos encomendamos al santo Mamés y nos
dirigimos a rodar los escasos cuatro kilómetros que nos separan de la chorrera.
La subida, en esta primera parte es bastante tendida, con algún que otro tramo
con bastante inclinación pero cuya mayor dificultad es lo roto del terreno en
algunos puntos. Al igual que nos sucedió a la salida de Lozoya, es
impresionante la altura que se gana en muy pocos metros y las vistas tan
alucinantes que se van abriendo ante nosotros. En este caso ya no se divisa el
embalse de Pinilla, sino el siguiente por orden descendente del río Lozoya: el
de Riosequillo, además de empezar a disfrutar de una magnífica panorámica de la
parte final del valle a la altura de Buitrago de Lozoya.
Según vamos ganando metros
de altura, delante de nosotros, todo lo que nos deja ver la lluvia que estaba
arreciando bastante, se aprecia la chorrera. Y es que la caída de agua de
treinta metros es visible desde bastante distancia. Poco más de 2 kilómetros
desde el desvío del pueblo, reagrupamos en la caseta del leñador, una
construcción abandonada que nos sirve como punto de reunión, avituallamiento y
etapa final para llegar a la chorrera.
Desde allí, subiendo poco
más, alcanzamos el desvío de la pista que nos lleva a la cascada, y un tramo de
camino que hacemos mitad a pie, mitad sobre la bici nos lleva a un punto donde
las bicis ya no pueden ni siquiera pasar siendo cargadas. Así pues, decidimos
(como el año pasado), hacer dos turnos para subir a ver el salto del agua de
forma que nuestras burritas no se quedan nunca solas.
La chorrera está enclavada
en un entorno precioso. Formada por el Arroyo del Chorro que desemboca cerca
del pueblo en el Arroyo de las Monjas, y éste a su vez en el río Lozoya, la
chorrera de San Mamés es una caída de agua de más de treinta metros, que cuando
baja cargada de agua (como es el caso), es verdaderamente impresionante, como
lo son las vistas del valle desde allí. La visita “turística” de la chorrera se
extiendió por más de media hora en la que no nos hartamos de hacer fotos y
contemplar el entorno en el que estábamos.
La lluvia no nos dio tregua,
siguió cayendo, fina y a rachas, pero lo suficiente como para habernos podido
empapar de no llevar chubasquero (a algunos les empapó). Así pues, tras volver
por nuestros pasos hacia la pista principal, toca decidir qué hacer, si darnos
la vuelta monte abajo por donde habíamos venido, o terminar de hacer la ruta
completa.
La decisión fue terminar la
ruta a sabiendas de que quedaba lo más duro, y es que desde el pueblo de San
Mamés hasta la cota más alta del día, teníamos que superar más de 500 metros de
desnivel y en el punto en que nos encontrábamos habíamos superado poco más de
200. Así pues, con paciencia, molinillo, decisión y cada uno a su ritmillo,
fuimos completando la subida, dura, muy dura, quizá de las más duras que hemos
tenido la oportunidad de hacer. Tanto que, en las rampas más duras es justo
donde el terreno está más roto, añadiendo a la dificultad de la subida la
necesidad de la técnica para superar las roderas y las piedras sueltas. Es
cierto que la inclinación es mucha, pero mi GPS no midió en ningún momento más
de un 20%.
Justo al final de la última
rampa, Roberto decidió que la ruta estaba siendo mucho para él por lo que
decidió volver montaña abajo hasta el pueblo de San Mamés y allí,
tranquilamente, esperar a que nosotros volviéramos a Lozoya y Javi pasara a
recogerle en el coche.
Los demás, unos más frescos y
otros machacados, enfilamos por la pista principal en la que desemboca la subida
de la chorrera en un falso llano/bajada que irremediablemente nos llevaba a una
nueva subida, mucho más tendida y fácil que nos conduce hasta la cota más
elevada de la ruta: 1752 metros. Un claro en el bosque de pinos nos regala una
vista espectacular justo en el punto de reagrupación. Parte del valle del
Lozoya se extiende delante de nosotros.
De un vistazo somos capaces
de reconocer sin esfuerzo los pueblos de Canencia, Garganta de los Montes, El
Cuadrón, Buitrago, Navarredonda y San Mamés. Se divisa en toda su extensión el
embalse de Riosequillo, parte del de Puentes Viejas y un gran trozo de la cola
del Atazar. El del Villar queda justo detrás de una montaña y es imposible de ver,
como el de Pinilla en el otro extremo, e incluso somos capaces de reconocer el
pico de la miel por su vertiente norte. En fin, una vista espectacular que no
dejó indiferente a ninguno de los que estábamos allí, aunque alguno de ellos ya
tuvo la suerte de poder disfrutar de la misma vista el año pasado.
En este punto ya no llovía,
incluso el sol peleaba por salir entre las nubes, y para colmo de bienes, todo
lo que nos quedaba hasta terminar la ruta era de bajada…¡¡y vaya bajada!!. No
sólo es una bajada espectacular en cuanto al terreno y la velocidad a la que se
baja, sino que el entorno sigue siendo impresionante.
No sé la de veces que habré
repetido en este texto este tipo de adjetivos, pero es que no puede ser de otra
manera. Me impresionó tanto tanta belleza, que cuando volvíamos a casa en el
coche no podía dejar de repetirme lo impresionante que es tener algo así a tan
poca distancia de la ciudad: ver para creer. Praderas verdes salpicadas de
pinos, robles, alguna que otra encina y muchas vacas pastando con total
tranquilidad. Por encima de nosotros la horizontal de Navafría, por debajo el
valle del Lozoya, que tras atravesar una colina entre el bosque de pinos, se vuelve
a abrir delante de nosotros para mostrarnos lo que no habíamos disfrutado
antes: el embalse de Pinilla y el resto del valle hacia su nacimiento. La
localidad de Lozoya allí abajo esperando a que llegáramos se hacía cada vez más
grande y más cercana.
El descenso, vertiginoso a
veces y muy poco peligroso lo hicimos con una rapidez brutal. En menos de lo
que imaginábamos estábamos ya en los coches. No creo recordar ninguna cara
seria. Al contrario, incluso a nuestro amigo Ballesteros (Walles), le dio un
ataque de alegría y casi emocionado fue abrazándonos uno a uno con una cara de
alegría y satisfacción que pocas veces he visto. Y es que superar una ruta como
esta con las condiciones en la que la hemos hecho, en un día como el que nos
tocó en suerte no es ni mucho menos moco de pavo.
Lo único malo es que una
ruta así se va de tiempo y la posible opcional queda descartada. Unas
cervecitas y unos torreznitos hubieran sido el broche de oro a una ruta que lo
tiene todo, es sencillamente espectacular.
Y dejadme ya por último
darle las gracias a Javi, nuestro Maestro Marek. Esta ruta es un logro personal
de él. Él las investiga, él las patea y luego, con una generosidad extrema, nos
lleva allí, nos la enseña y encima nos cuenta todo sobre ella. Javi, querido
maestro, eres un auténtico crack…¡¡muchas gracias!!.
Fotos de JesusFotos de JuanCar
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