Crónica de JuanCar
(...)
Daría un largo paseo por el bosque y embriagaría mis ojos con todas las bellezas
del mundo de la naturaleza, intentando desesperadamente absorber el gran
esplendor que se despliega en todo momento ante lo que pueden ver.
Helen Keller
Hacía ya mucho tiempo que le
teníamos ganas a la zona de El Tiemblo. Ya el año pasado, al ver las fotos de
los bicivoladores en el castañar, pensamos que más pronto que tarde teníamos
que acercarnos a rodar por allí. El problema para nosotros es la logística, y
es que El Tiemblo, a poco más de una hora y veinte minutos desde Madrid, se
hace un poquito lejos para ir, pedalear, y darse la vuelta a casa y más
teniendo en cuenta que las rutas por allí no son precisamente fáciles, por lo
que teníamos que buscar el fin de semana propicio para poder ir todos con menos
prisa de lo habitual.
Llevábamos, pues, bastantes
semanas, yo diría que meses, planificando el mejor fin de semana para ir, la
ruta que más se acomodara a nosotros, y el grupo de amigos que asistiría. En un
principio, las fechas elegidas se acercaban más al principio del otoño, con lo
que suponíamos que el castañar iba a estar en su punto más bonito pero la
posibilidad de que muchos de los compañeros no pudieran asistir hizo que se
propusieran fechas más entradas en el otoño. La fecha elegida, pues, fue el
sábado 30 de noviembre y a riesgo de no poder visitar el castañar y sus
alrededores en su máximo apogeo.
Llegó el día. Un día frío y
ventoso que no era más que la continuación de los días casi invernales que
habíamos estado sufriendo. Eran las 7:20 de la mañana, cuando salíamos algunos
de nuestro punto de origen habitual camino de la provincia de Ávila. Era noche
cerrada y hacía un frío intenso. El cielo se adivinaba completamente despejado
aunque la previsión meteorológica anunciaba nubes, frío y viento por la zona de
El Tiemblo. Según íbamos acercándonos a
nuestro destino por la conocida autovía-carretera de los pantanos y mientras
amanecía, veíamos como el cielo se iba llenando de nubes grises y amenazadoras.
Aun así estábamos tranquilos, era seguro que no iba a llover, tan seguro como
que íbamos a padecer un frío del carajo. A la entrada de El Tiemblo
Pablo, Jesús y yo nos cruzamos con un coche que llevaba en lo alto una bici:
nuestro amigo Trisqui estaba, como nosotros, llegando al punto de inicio de la
ruta en el que ya estaban Pachi, Javi_apf, Walles, Antonio, Gorcam y Marek.
Mejor dicho, estaban sus coches, porque de ellos no había ni rastro, habían
salido huyendo hacia el cercano Hotel a refugiarse del frío y de paso tomarse
un café calentito mientras llegábamos los demás.
No pasó mucho tiempo hasta
que aparecieron todos. A los anteriores se sumaban en muy pocos minutos Agila,
Karpov, Peke, Manuel y Markievich. Es decir, quince compañeros que no estábamos
dispuestos a que el frío, el viento y la más que probable nieve que veíamos en
las alturas nos impidiera disfrutar. Tras pertrecharnos bien con
todas las capas cebolleras de que disponíamos, y una vez que todos estuvimos
preparados y listos, nos dispusimos a comenzar nuestro periplo por esta parte
del sistema central. La idea inicial, la que
habíamos estado urdiendo durante semanas era seguir el track que Efrén y los
bicivoladores habían realizado el año anterior: salir de El Tiemblo hacia el
castañar, llegar a Casillas para subir el puerto y atravesando el valle de
Iruelas, volver a El Tiemblo bordeando el embalse del Burguillo. Pero dicha
idea inicial parecía no convencer a los que conocen la zona como el pasillo de
su casa, y Trisqui, gran sherpa y conocedor de aquellas latitudes, nos
convenció de que la forma en la que íbamos a hacer el track era bastante más
dura que si lo hacíamos en sentido contrario. Tras un breve momento de
reunión inesperada, decidimos hacer caso a Trisqui y emprendimos la marcha camino
del embalse del Burguillo para hacer nuestra ruta circular en sentido contrario
al que inicialmente habíamos previsto. Los primeros casi 10 kilómetros los hicimos por carretera
en ligera pero continua pendiente ascendente y con un viento helado que,
básicamente nos soplaba de
cara. En seguida se rompió el grupo con Trisqui,
Agila, Marcos y Manuel a la cabeza y a bastante distancia el resto también dividido
en dos pequeños grupos mientras serpenteábamos primero por la N-403 hasta la
presa del embalse de Burguillo y después por la AV-P-418 que nos adentra en las
proximidades del valle de Iruelas. El recorrido de estos
primeros 10 km es rápido y vivo, con un paisaje curioso ya que la carretera se
encuentra justo por encima del embalse a nuestra derecha, y un frondoso bosque
de pinos a nuestra izquierda, con el cielo totalmente encapotado ya. La llegada a la presa por la
N-403 fue la parte más rápida de la ruta. Justo en ese punto abandonábamos la
carretera
nacional para, tomando la AV-P-418, ir adentrándonos en el valle de
Iruelas. Y casi como punto de acceso, como lugar de paso obligado, paramos en
la ermita del Carmen que nos serviría para cumplir dos misiones: agruparnos y
visitar un curioso mirador sobre el embalse del Burguillo al que se accede por
una pasarela de madera. Las vistas del pantano son cuando menos curiosas, y
supongo que en un día despejado y soleado las vistas del macizo de Gredos han
de ser francamente espectaculares, de las que nosotros,
desafortunadamente no
pudimos disfrutar. Tras salir del mirador y de
la ermita del Carmen, el camino hace una especie de giro de 90 grados hacia el
sur para adentrarse en el valle de Iruelas siguiendo una de las colas del
embalse. Los primeros metros dentro
del valle ya resultan espectaculares. La garganta del Iruelas es preciosa.
Rocosa, todo lleno de un musgo de color verde intenso, en el interior de un
tupido bosque de robles que en muchos casos resaltaban por su intenso color
amarillo-marrón. Poco a poco, y siguiendo la
pista asfaltada, nos vamos adentrando más y más en el valle, aún sin sufrir
ninguna pendiente de especial consideración, hasta que, justo después de parar
en un puente sobre el río, en un entorno que yo me atrevería a calificar de
mágico, empezaban las rampas que nos llevarían al puerto de Casillas. Pero permitidme que me quede
un rato en el puente. El puente, de piedra, que atraviesa el río desde su
margen derecha a la izquierda, deja
entrever un paisaje espectacular. Las rocas
aún más salpicadas de un musgo de un verde aún más intenso, el agua, corriendo
río abajo y formando pequeños saltos entre las piedras que llenaban el curso
del río, y el bosque, al fondo, precioso. Un bosque mixto de pinos, algún que
otro castaño y sobre todo robles, que aunque ya en una fase de entrado invierno
nos mostraba una exuberancia exquisita. Es como uno de esos bosques de los
cuentos infantiles donde perfectamente podían vivir Hansel y Gretel. Pero nuestro cuento era más
duro que el de los Hermanos Grimm. Atravesar el puente y comenzar las
rampas fue todo uno, y comenzar las rampas y empezar a aparecer nieve en el
suelo, también fue todo uno. Vamos, que a la maravilla que era el entorno en el
que nos encontrábamos, había que añadir el encanto de la nieve, en perfecto
estado, nada helada…nieve en polvo que se llama. Poco a poco, y ya claramente
divididos en dos grupos, íbamos negociando las rampas de la subida al puerto de
Casillas. Cuanto más subíamos, más dura era la
pendiente y más empeoraban las
condiciones ya que la capa de nieve iba teniendo más espesor aunque esto no
dificultaba en exceso nuestro pedalear, es más, bien al contrario nos parecía
encantador poder estar por allí, en ese entorno y en esas condiciones. Fue en una de las curvas de
casi 180 grados cuando pudimos comprobar, una vez más, la belleza del paisaje.
La altura alcanzada nos permitía poder ver las cumbres más altas totalmente
nevadas y las laderas de las montañas cercanas a trozos verde, a trozos
amarillo/marrón, y es que la mezcla de robles, pinos y castaños, en esta época
del año produce ese efecto colorido tan maravilloso. Las reagrupaciones en la
subida fueron bastante numerosas. Unas veces debido a que algunos íbamos
quedándonos más rezagados y otras a alguna que otra avería, como fue mi caso,
que si no es por Antonio, no me doy ni cuenta de que había pinchado mi rueda trasera
y probablemente hacía muchos metros, y es que rodar en nieve tiende a confundir
tus sensaciones.
Poco a poco, disfrutando de
la nieve, del paisaje, de los charcos totalmente helados y soportando las
inclemencias del tiempo, fuimos alcanzando el final de la pista que no era otro
que el puerto de Casillas, donde el grupo que iba en cabeza se encontraba ya
hace bastante rato esperándonos. Ese tiempo de espera se traducía en caras y
cuerpos muertos de frío que pedían casi a gritos ponerse en marcha. Así pues,
los avanzados del segundo grupo dimos el relevo a los del primero que se
disponían a bajar lo ascendido pero por la ladera contraria para esperarnos una
vez más en el pueblo de Casillas.
Cuando el resto de
compañeros llegaron a la cima, tras un ratito de descanso y otro de lecciones
de geografía del Maestro Marek, que nos enseñó por donde se subía al pozo de la
nieve, al alto de Casillas y por dónde podía uno irse hacia la Adrada,
retomamos la marcha y nos tiramos a tumba abierta para descender lo ascendido…bueno,
no todo lo ascendido, porque mientras que el ascenso se prolongó por cerca de
casi 10 km, el descenso no alcanzaba los 6 km de distancia hasta el pueblo de
Casillas. La cara sur, por la que
descendíamos, no tenía nieve como la cara norte. El frío era igualmente
intenso, pero la velocidad que alcanzamos en la bajada amplificaba esa
sensación y nos dejó a todos con las manos y la cara heladas. Menos mal que en
menos de un pis-pas, estábamos ya en la caseta del polideportivo de Casillas en
la que, en su entrada, vimos las bicis de nuestros compañeros que estaban en el
interior, en el bar restaurante, empezando a disfrutar de un caldito caliente
que les entonara. La idea nos pareció tan buena, que al final acabamos todos
con un buen tazón de caldito calentando nuestras manos y nuestros estómagos,
mientras una estufa catilítica “SuperSER” nos calentaba a turnos las piernas y
pies.
Era ya bastante tarde,
concretamente las 13:15 de la tarde y aún nos quedaban cerca de 20 km de ruta.
Así pues, volvimos a ponernos en marcha y a afrontar la bajada hacia el pueblo
de Casillas y la brutal subida por las calles del pueblo camino de su salida
oeste para ir a encontrarnos con el castañar. La salida de Casillas merece
mención aparte. Un pueblo con unas cuestas infernales que acaban en un bosque
de robles con unas rampas dignas de consideración. Las piernas, ya resentidas
de la subida al puerto de Casillas empezaban a quejarse por el esfuerzo, pero
las ganas de terminar, el chuletón que nos esperaba en Casa Mariano, y el
espectáculo del castañar del Tiemblo nos animaban a seguir.
La pista asfaltada da paso a
una pista de tierra bastante mojada y algo embarrada por las últimas nieves y
lluvias. La pista de tierra da paso a un camino algo más ancho que un sendero
que se va adentrando, poco a poco y por un precioso bosque de robles, en el
castañar de El Tiemblo.La entrada al castañar,
desde Casillas, se hace atravesando una rampa con una pendiente infernal que
más de uno y más de dos tuvimos que hacer a pie. Inmediatamente después, una
también infernal bajada nos introduce en un maravilloso bosque de castaños, un
bosque precioso, con escasa vegetación en el suelo y que nos añade un plus de
dificultad: el camino, cubierto de las hojas caídas de los castaños nos impide
saber qué hay debajo de ellas y nos invita a extremar precauciones. No es día
ni ruta para tener un accidente.
Enseguida, ya inmersos en el
maravilloso castañar de El Tiemblo, alcanzamos a nuestros compañeros más avanzados
que estaban esperándonos en el refugio de Majalvilla, un curioso lugar de formas
abovedadas cuyo interior está decorado de pinturas de vivos colores. Desde el
refugio al “abuelo” hay escasos 100 metros. El “abuelo”, un castaño de más de
525 es una de las atracciones más importantes del castañar. Se trata de un
inmenso castaño cuyo tronco, hueco por el paso del tiempo, puede dar cabida
completa a
un grupo tan numeroso como el nuestro. Una especie de monumento
natural que recibe miles de visitas al cabo del año y situado en un entorno que
yo calificaría de simplemente espectacular. La visita al “abuelo”
coincidió con la reparación de la rueda trasera de la bici de Pablo, la segunda
avería del día que no tuvo más importancia. Por lo que una vez reparada su rueda,
retomamos de nuevo el camino al que sólo le restaban ya escasos 12 km y en
franco descenso. Así pues, tras terminar de
atravesar el castañar y salir por su aparcamiento, tomamos la pista que nos
conduciría sin remedio hasta las calles de El Tiemblo.
El descenso fue rápido, y en
poco más de media hora estábamos ya de regreso en los coches. Era tarde,
bastante tarde. El reloj marcaba más de las 16:00 y algunos compañeros
decidieron que lo mejor para ellos era tomar un bocadillo rápido mejor que
sentarse en Casa Mariano. Así pues, quitando a Trisqui
que volvió a casa sin quedarse a comer, Pachi, Marek, Pablo, Gorcam y Terminal,
buscaron un sitio para comerse un bocadillo rápido y salir pitando hacia sus
respectivas casas, mientras que los nueve restantes: Walles, Antonio, Javi_apf,
Peke, Agila, Manuel, Marcos, Rubén y yo nos quedábamos en casa Mariano dándonos
un auténtico atracón. Algunos comieron de menú, otros nos hartamos
de judiones
y de chuletón, pero todos acabamos a reventar, llenos de verdad y satisfechos
por la ruta y por la opcional en forma de comida. Al subirnos en los coches
caímos en la cuenta de que ya estaba anocheciendo. Eran más de las 18:00 cuando
salíamos de Casa Mariano, y la noche se nos echó encima antes de salir de El
Tiemblo.
Yo, por mi parte, salí de
allí con la sensación de que el tiempo se me pasó muy rápido. Una experiencia
digna de repetirse como mínimo una vez al año en la que la compañía, la ruta,
el paisaje, el olor y la comida son en toda la extensión de la palabra, excepcionales.
Fotos de Jesús
Fotos de Marcos y otros
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