Corría el mes de agosto del año
778 cuando un aguerrido guerrero al servicio de Carlomagno llamado Roldán
(dicen que era su sobrino) moría en la batalla de Roncesavalles no sin antes
lanzar su espada Durandarte contra el macizo de los Pirineos como último
recurso para que ésta, plena de reliquias, no cayera en manos de sus enemigos
los vascones.
Cuenta la leyenda que del impacto
de Durandarte contra el macizo central de los Pirineos, se abrió una brecha en
la montaña que hoy en día conocemos como “la brecha de Roldán o Rolando” y que
ha sido durante siglos uno de los principales pasos de montaña pirenaicos entre
España y Francia y frecuentado por refugiados, maquis y contrabandistas.
Nuestra particular batalla
pirenaica no tuvo lugar en Navarra (Roncesvalles) ni pretendía expandir el
imperio Carolingio, sino que solamente trataba de descubrir la belleza del
Parque Nacional de Ordesa desde sus tres principales miradores desde los cuales
poder observar, entre otras bellezas, la brecha de Rolando.
Nuestra historia comienza el día
anterior a la ruta, el viernes 10 de julio a las 16:00. A esa hora, Rafa,
Jesús, Rubén y yo iniciamos el viaje desde Madrid que nos llevará en poco más
de cinco horas hasta nuestro campamento base, el Hotel Sánchez en Aínsa. Un
pequeño paseo por el pueblo para estirar las piernas y una suculenta cena a
base de tortilla de patatas, cecina, lomo y demás viandas son las últimas cosas
que hacemos antes de irnos a dormir y descansar lo suficiente para afrontar el
rutón que nos espera el día siguiente.
El sábado 11 de julio amaneció para
nosotros a las 7:30 de la mañana. Mientras que unos nos desperezábamos, otros seguían
el encierro de los sanfermines y juntos, a las 8:00 de la mañana, dimos buena
cuenta de un suculento desayuno en el buffet del hotel. Una vez llenos los
estómagos y vestidos de romanos, cargamos las bicis en el coche y recorremos
los más de 40 km que separan la localidad de Aínsa de la de Broto, lugar de
inicio de la ruta.
Tras los preparativos iniciales
empezamos a dar pedales algunos con un cierto nerviosismo. Alguno sabía lo que
se iba a encontrar, pero otros sólo lo intuíamos, y el hecho de afrontar nuestra
particular batalla de Roncesvalles (sin estar en Navarra), nos ponía un poco de
los nervios; sabíamos que íbamos a sufrir, pero también sabíamos que ese
sufrimiento se iba a ver compensado con un magnífico premio.
Los primeros kilómetros de la
ruta fueron tranquilos, salimos de Broto en dirección a la ribera del río Ara,
y durante unos pocos kilómetros, ciclamos paralelos a su curso. Todos sabíamos
que este inicio era un mero espejismo, un pequeño calentamiento para las
piernas que hoy habrán de dar mucho de sí.
A escasos 3 km, el camino se
separa de la ribera y se acerca a la carretera que circula atravesando la
localidad de Sarvisé, y justo aquí empieza la ascensión que no dejaremos hasta
25 km después. La subida empieza por asfalto; durante unos 4 km circulamos por
la carretera que une las localidades de Sarvisé y Fanlo en continua subida con
un desnivel moderado del 6-8% que empieza ya a calentar nuestros cuádriceps.
Pasada ésta distancia, un giro de casi 180 grados nos conduce a una pista de
tierra un poco rota cuya pendiente se vuelve bastante más agresiva. El desnivel
empieza a ser bastante acusado, y en mi caso, yo que soy tan diésel y que
necesito mucho tiempo para calentar, las piernas estaban ya empezando a quejarse.
De la misma forma que aumentaba
la dificultad, también aumentaba la belleza del paisaje. La pista asciende por
un robledal que poco a poco añade metros de altura sobre el valle y añade
belleza en la misma proporción a las vistas. El bosquecillo en ocasiones
cerrado, en ocasiones más abierto, nos deja ver la altura que vamos
adquiriendo, y la altura de las montañas que nos rodean.
Esta pista nos conduce
directamente hasta la localidad de Buesa, una pequeña villa enclavada en el
centro de un valle donde lo que se respira esencialmente es tranquilidad. Las
calles empedradas y estrechas, las casas de piedra recia para soportar los
rigores del invierno y la verticalidad de la torre de la iglesia que se recorta
contra el pinar, hacen de este lugar un pequeño paraíso que cuelga como un
pequeño balcón sobre el valle del río Ara.
Una pequeña parada en Buesa para
admirar el paisaje y seguimos camino de nuestro objetivo. La salida de Buesa es
sencilla ya que tan sólo hay una calle principal. La salida además, coincide
con el inicio de la pista de las Cañas que va camino de los miradores de
Ordesa. Un cartel advirtiendo que lo que empezamos es una pista de alta montaña
nos pone ya en aviso de que lo que vamos a encontrarnos a partir de ahora no es
moco de pavo.
Muy pocos centenares de metros
después de salir de Buesa, la pista empieza a volverse realmente dura. Las
rampas de unos 500 metros al 12-14% se alternan con pequeños descansos de unos
500 metros al 5-6% formando una especie de escalones que permiten que la subida
no se haga demasiado dura…al menos hasta este punto.
Sobre el kilómetro 13 de la ruta
nos encontramos la valla que prohíbe el acceso a cualquier vehículo no
autorizado. No hace mucho tiempo, allá por el año 2009, ningún otro vehículo
que no fueran los 4x4 de los hoteles y los de los forestales tenía prohibido su
paso, incluso hasta las bicicletas. Afortunadamente a partir de ese año, el
tránsito en 2 ruedas está permitido.
Poco más arriba de dicha valla
nos paramos en una zona de cascadas que por culpa de la acusadísima ola de
calor empiezan a escasear. Es éste punto el que creíamos que era la última
oportunidad de coger agua, y así, decidimos rellenar nuestros bidones y
nuestras camelback para afrontar los aún 12 largos y duros km de subida. Pero
cuando ya estábamos casi listos, una pareja de senderistas ya entrados en años
nos advirtieron que esa agua no reunía muchas condiciones, y que unos metros
más arriba encontraremos la que de verdad sí era la última fuente antes de
afrontar la subida, y sin más, nos encaminamos hacia ella…
La fuente de la teja, en el
kilómetro 15 de nuestra ruta es el fin y el incio. El fin de las rampas “más
suaves”, el fin del bosque tupido, el fin de la pista en buen estado, y…el
inicio; el inicio de las rampas más duras, el inicio del sol de justicia ya que
empieza a no haber árboles y el inicio de la escalada definitiva hacia los
miradores.
Desde la fuente, los dos
kilómetros más duros de la subida nos esperan. 2000 metros en los que se
ascienden más de 300 metros de desnivel…rampas sostenidas del 19-20%, suelo más
o menos roto, de pizarra…la verdad, para mi fueron dos kilómetros de auténtico
calvario sólo suavizado por las impresionantes vistas sobre el valle del río
Ara a la altura de Broto que aún a veces se adivinaba allí abajo.
La dura ascesión de estos dos
kilómetros termina en una pradera a la que se llega mediante un giro a la
derecha. La curva, además, hace que el camino se abra y que, al fondo,
empecemos ya a ver los picos de 3000 metros de la boca de acceso al Parque
Nacional de Ordesa. Al fondo, como si fuera un photo-call, las montañas
peladas, impresionantes, se alzaban sobre la pradera a trazos verde a trazos
beige.
Una pequeña parada para tomar
aire que empezaba ya a escasear a esa altura (1800 metros), y de repente una
mirada hacia delante, a la pista, para descubrir ante nosotros como el camino
se empinaba de una manera infernal. De manera resignada y con las piernas
echando fuego ya, nos dispusimos a subir aquel maldito rampón que termina, de
repente en una explanada que empieza a engrandecer la ruta. El photo-call de
Ordesa empieza a abrirse ante nuestros ojos….la pradera, pelada ya de árboles
tiene de telón de fondo sendos picos de 3000 metros que se yerguen por encima
del valle de Ordesa a su entrada por Torla…Una visión que ya empieza a
impresionarnos.
Una impresión que no paraba,
puesto que el rampón de subida a la pradera da acceso a una zona de zetas que
una vez negociada, y desde arriba hace que el curvón aquel que abría el paisaje
se mostrara allá bajo, casi 200 metros de desnivel por debajo de las ruedas de
nuestras bicis.
Pero eso no es todo. Cuando crees
que ya no queda nada por subir, cuando una pequeña bajada te sitúa ya en
posición de acceder casi al primer mirador, una subida (que además ves desde
lejos), termina por hundir tu moral y tus fuerzas. Son tan sólo unos 400 metros
como mucho, pero son de los 400 metros más infernales que he tenido oportunidad
de subir. A 2000 metros de altitud, 400 metros con un desnivel prácticamente
uniforme del 22% y después de más de 20 km de continua ascensión hacen que te
plantees esto del MTB (mentira, pero queda bien).
La rampa es de tal magnitud que
sólo el superserie del grupo (Jesús – Agila), fue capaz de hacerla completa.
Los demás nos tuvimos que conformar con subirla de la mejor manera posible; a
ratos encima de la bici, a rotos tirado de ella mientras se abrasaban nuestros
cuádriceps cuando estábamos sobre el sillín y nuestros gemelos cuando estábamos
caminando.
Pero nada dura eternamente, y
atravesar aquella subida, que coincide con la zona denominada “estrecho de
Arazas”, vuelve a dejarnos unas magníficas vistas de los picos de 3000 metros
que llevábamos viendo un buen rato.
Unas fotos, unas risas, una o
varias fotos de grupo, y a seguir, que ya estamos llegando…La pista de las
Cañas atraviesa así el estrecho de Arazas y desemboca en la pista de las Cutas
en un cruce de caminos que, a izquierda nos conducirá más adelante hacia Torla,
y a su derecha nos llevaría hasta Nerín atravesando la parte sur de la Faja de
Pelay donde se sitúan los tres miradores objeto de nuestro camino hasta aquí.
Sin más dilación tomamos la pista
de las Cutas a la derecha, y unos centenares de metros después, llegando al
primer mirador, los ojos se nos salen de las órbitas…¡¡qué espectáculo de la
naturaleza!!.
Ante nosotros, y de forma casi
sorpresiva, y casi al borde de la pista de las Cutas, se abre el lugar del
primer mirador (que se encuentra unos pocos metros hacia la izquierda saliendo
dela pista). Un lugar que no tiene posibilidad de ser descrito de ninguna forma
posible.
Enfrente los picos de 3000 metros
que nos venían acompañando hace rato con la archiconocida brecha de Rolando
como premio a nuestra particular Roncesvalles. Abajo, a casi mil metros bajo
nuestros pies y casi de forma vertical, el fondo el valle de Ordesa, a la
altura del circo de Cotatuero, con la caída de agua de la cascada de Cotatuero
y su particular subida hacia la brecha de Rolando. Por su parte el primer
mirador, en forma de proa de velero, se sitúa prácticamente colgado en la faja
de Pelay hacia el valle. Asomados a su borde, una caída prácticamente vertical
de más de 700 metros hace que las mariposas se noten en la boca del estómago
antes de que empiecen los vértigos.
Ante ese espectáculo nos
dispusimos a comer. Normalmente la comida en ruta no se prolonga más allá de
15-20 minutios, pero es que aquel espectáculo era digno de ser admirado durante
un buen rato. La parada quizá duró más de lo que debería, pero cuando se tiene
delante todo aquello el tiempo se detiene de una forma curiosa.
Una vez comidos decidimos que lo
suyo es ir a buscar los otros dos miradores. Así pues, nos subimos en las bicis
y enfilamos la pista de las Cutas en dirección Nerín.
La pista de las Cutas transita
por la parte sur de la faja de Pelay. En principio podía pensarse que se trata
de una pista prácticamente horizontal…pero no. Es un conjunto de sube-baja que
después de comer y tras la subida de por la mañana, se hace especialmente
pesada en algunos tramos. A escasos 2 km del primer mirador se abre una brecha
en la faja, y un precioso barranco de piedra caliza se abre a nuestros pies. En
un principio pensábamos que éste era el segundo mirador, pero nada más lejos de
la realidad. La vista del barranco es bonita, si, pero desde el segundo mirador,
situado a unos 3 km del primero la vista es brutal. Tan brutal como la vista
desde el primer mirador.
Desde este segundo mirador se puede ver cómo hemos dejado atrás el circo de Cotatuero y como nos acercamos cada vez más hacia la zona del refugio de Góriz y la zona de las gradas de Soaso. La vista es maravillosa, es un inmenso cañón de más de 600 metros de profundidad que tenemos la gran suerte de poder avistar desde arriba. Al fondo se adivina ya Monte Perdido, con sus nieves casi perpetuas.
La visita al segundo mirador es
el preludio del tercero. Para llegar a él debemos adentrarnos en la pista de
las Cutas aún 1 kilómetro más y salir de la pista otro kilómetro añadido, por
un camino que, pensando que sería más sencillo que la pista rota que lleva realmente
al mirador, empieza a ascender de forma asfixiante hasta los 2250 metros de
altitud por un sendero que sólo (y de nuevo) Jesús fue capaz de ciclar…
Una vez llegado al punto del
tercer mirador, nos volvemos a quedar boquiabiertos. Éste último mirador está
situado de tal forma que parece que estás literalmente volando. La caída
vertical es vertiginosa. La faja de Pelay a nuestra derecha desemboca en la
falda de Monte Perdido. El gran circo de la cola de caballo se nos abre delante
nuestro, y allí al fondo, incluso se llega a adivinar la famosa caída de agua.
El refugio de Góriz enfrente
nuestro y por encima de la cola de caballo, a nuestra misma altura. Y por
debajo de nosotros la senda que conduce desde la entrada del Parque Nacional
hasta la cola de caballo pasando por las gradas de Soaso que se ven
perfectamente a nuestros pies.
Incluso somos capaces de
distinguir las sendas de ascenso de los montañeros hacia Monte Perdido…la senda
de los cazadores se adivina a lo lejos, y la multitud de senderos nos deja
impresionados.
Son unas vistas indescriptibles,
rudas, agrestes, grandiosas, que nos hacen sentirnos muy, muy pequeñitos. El
olor, el ruido del agua, la visión de los buitres planeando por encima de
nuestras cabezas….no hay ningún otro sitio igual. Es un auténtico espectáculo.
Aún conmocionados por la belleza
de lo que acabábamos de contemplar, cogimos las bicis y nos dispusimos a
desandar lo andado en la pista de las Cutas. De nuevo el sube-baja, ya más
costoso debido al cansancio acumulado y la gran cantidad de horas encima de la
bici hasta llegar al cruce con la pista de las cañas.
Es aquí donde ya se libera la
cabeza. Sabemos que ya sólo nos queda bajar…y bajar de forma vertiginosa hasta
Torla que ya vemos allá abajo, en lontananza.
La bajada es rápida, con un
desnivel muy acusado y con un terreno muy irregular. La piedra caliza mezclada
con arena en algunos lugares y con alguna que otra pizarra hacen que extrememos
al máximo las precauciones. Al fin y al cabo el día estaba siendo estupendo y
no había motivo para que se fastidiara por imprudencia.
Dos o tres cortas paradas para
reagrupar en la bajada antes de que ya casi a la altura de la Ermita de Santa
Ana, Jesús, en un tramo que en principio no tenía ninguna dificultad, debió
pillar de mala manera una piedra y ésta, con mala saña abolló su llanta
trasera, desllantó su cubierta y del impulso del rebote de su trasero sobre el
sillín, produjo una fisura en la tija. Afortunadamente no hubo caída y tras
reparar la rueda trasera y darnos cuenta de que él ya no podía someter a su
sillín al peso de su cuerpo, terminamos el descenso de la misma manera que
terminó el fin de semana ciclista para Jesús, que desafortunadamente no puso
realizar la ruta del domingo.
La parte final del descenso,
justo después de la Ermita de Santa Ana es muy peligrosa. La pista está muy
rota, con muchas rodadas y mucha piedra suelta. Todo esto nos hace extremar las
precauciones ya que el cansancio y la sed (no teníamos agua ya que el último
lugar donde se podía coger dicha agua fue la fuente de la Teja) hacen que nos
volvamos erráticos y cometamos errores muy fácilmente.
La pista de las Cutas acaba en el
puente medieval de Torla. Un lugar fantástico a la entrada del Parque Nacional
donde se puede observar desde qué altura hemos bajado (y a qué altura hemos
subido). Las montañas que dan entrada a Ordesa se yerguen ante nosotros como
precio a lo que estábamos a punto de terminar. Las aguas del río Ara, ya
escasas por la ola de calor y por lo avanzado del verano nos acompañan con su
rumor mientras observamos el paisaje.
La subida a Torla desde el puente
la hicimos atravesando una vereda en subida que al límite de nuestras fuerzas
nos deja en la carretera principal y ante la visión de un bar donde, sin
pensarlo dos veces, nos sentamos y disfrutamos de una magnífica jarra de
cerveza y un buen rato de descanso antes de lanzarnos carretera abajo para
llegar de nuevo al aparcamiento de Broto.
Fueron más de 8 horas de ruta. Un
rutón. Casi 2000 metros de desnivel positivo para una distancia de más de 50
km. Pero todos esos datos, fríos, no merecen la descripción de la ruta.
Los miradores de Ordesa merecen
una visita, quien pueda en bici, pues en bici, sufriendo para obtener la
recompensa. Quien pueda andando, pues andando, y quien no pueda ni en bici ni
andando, pues alquilando los servicios de un 4x4 que le suba hasta allá arriba,
porque allá arriba, no lo dudéis, está el paraíso, el cielo de Rolando, allá
donde fue cuando murió víctima de los Vascones tras lanzar su espada contra la
montaña, allí donde cuatro grandes amigos compartieron la experiencia de ver,
oír, oler y sentir algo muy grande….la naturaleza en estado máximo, sublime.
1 comentarios:
Por si fuera interesante o de utilidad para esa vosotros o para los lectores de vuestra web, tengo publicado el blog http://plantararboles.blogspot.com
Un manual sencillo para que los amantes de la naturaleza podamos reforestar, casi sobre la marcha, sembrando las semillas que producen los árboles y arbustos autóctonos de nuestra propia región.
Salud, José Luis Sáez Sáez. lopezmanero@hotmail.com
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